Autor @rafaelgutierrezmx
El Instituto Municipal de la Juventud (IMJU) fue creado para proteger y promover los derechos de las juventudes. Sin embargo, en los hechos, ha sido otra historia: una historia de abandono, de simulación y de oportunismo político.
Durante años, esta institución ha funcionado más como oficina de eventos y logística electoral que como un espacio de política pública real. Se ha utilizado a las y los jóvenes como carne de campaña, como audiencia de espectáculos vacíos, como número en una base de datos… pero no como lo que son: sujetos con derechos, con demandas urgentes, con voz propia.
Esta es una deuda histórica que no empezó ayer. Desde el Movimiento Estudiantil de 1968, México arrastra una relación contradictoria con sus juventudes: se les celebra en discursos, pero se les reprime, se les margina y se les utiliza en la práctica. Y esa lógica ha permeado hasta las instituciones municipales.
El IMJU ha sido incapaz —o peor aún, desinteresado— de atender las verdaderas problemáticas que enfrentan las juventudes: falta de empleo digno, salud mental sin recursos, nula participación política real, discriminación estructural. Y no es cuestión de personas, sino de sistema. No basta con tener gente amable al frente: se necesita voluntad política, estructura, presupuesto y visión.
Hoy, ante el reacomodo político en nuestro municipio y la llegada de un nuevo alcalde que se asume de izquierda, surge una pregunta clave: ¿Será capaz esta nueva administración de transformar realmente al IMJU? Que reconozca las diversidades juveniles de las juventudes LGBT+, juventudes indígenas, juventudes con discapacidad, juventudes trabajadoras. Todas deben tener un lugar en el diseño de las políticas que les afectan. ¿O seguirá utilizándolo como siempre, para lo mismo de siempre?
Si en verdad se dice parte de un proyecto social de transformación, esta es su prueba de coherencia. Las juventudes no necesitan más festivales huecos ni bases de datos electorales. Necesitan un gobierno que confíe en su potencial, que acompañe sus luchas, que las respete como sujetos políticos y no como instrumentos.
Transformar el IMJU es transformar la manera en que entendemos la política. Y eso, también, es una forma de justicia.